martes, 8 de noviembre de 2011

LAS ÚLTIMAS CIUDADES INCAS: CHOQUEQUIRAO

Choquequirao es mucho más desconocido, aunque año a año la afluencia de visitantes es mayor. A diferencia de Machu Pichu a Choquequirao sólo se puede llegar a pie, en una caminata de día y medio aproximadamente. Tuvimos que trasladarnos del Cusco al pueblo de San Pedro de Cachora en una minivan. La compartimos con un grupo de 5 guías de una agencia que iban a chequear la ruta Choquequirao-Machu Pichu, porque en octubre les llegaba un grupo numeroso de turistas escoceses que querían hacerla. Salimos a las 5 de la madrugada y llegamos a San Pedro de Cachora sobre las 9. A la salida del pueblo se inicia el treck a Choquequirao, a partir de aquí todo es caminar.



Nos llevamos las provisiones necesarias para las comidas de 3 días, ya que a lo largo de la ruta los lugares que hay para comer no siempre están abiertos. Nos alejamos del pueblo


por un camino casi plano en busca del cauce del río Apurimac.


Los apus nevados nos rodeaban, cercanos por su grandeza y estatura, a la vez que inalcanzables.

Llegamos a un mirador espectacular donde por primera vez el cañón por donde descendía el río Apurimac se mostró plenamente.


El descenso hasta Playa Rosalina fue trepidante, un caminito en zig-zag

te desciende casi hasta media ladera, a partir de allí continúa la bajada a medida que avanzas siguiendo el curso del río. Comimos en unas palapas de una zona de acampada  donde los viajeros suelen pasar la primera noche, pero nosotros continuamos el descenso hasta el lecho del río Apurimac, en un lugar llamado Playa Rosalina, donde montamos la carpa en un pequeño prado que resultó idílico. Allí nos despedimos del grupo de 5 guías con quienes nos habíamos ido cruzando a lo largo de todo el día, ellos continuaron, nosotros decidimos quedarnos ya que a partir de allí nos esperaba un ascenso duro y sin descanso hasta las ruinas. Un baño de agua fría con una manguera, contemplar el ocaso, cenar y sumergirse en la noche estrellada. A pesar de la altura, el microclima que crea el río Apurimac nos ofreció una noche casi cálida que nos dejó dormir plácidamente.
Al día siguiente nos despertamos con las primeras luces del sol, y empezamos el duro ascenso tras cruzar el Apurimac por un puente colgante,


y al amparo de la sombra que ofrecían las altas paredes del cañón. Llegamos a la aldea de Santa Rosa, donde hicimos un descanso después de subir las rampas más duras. Al poco de reanudar la ascensión el sol, por fin, alcanzó a vernos, asomándose por la pared este del cañón, la misma por la que nosotros transitábamos.


Dejamos a un costado la aldea de Santa Rosa Alta y ascendimos ya a pleno sol el resto de la subida hasta un pequeño plano donde encontramos el pueblo de Marampata.


Desde allí, agudizando la vista, ya pudimos divisar las ruinas de Choquequirao. Al poco rato de dejar el pueblo pasamos por la caseta de ingreso y después la ruta bordeó los pliegues de la montaña por un camino que subía y bajaba constantemente hasta llegar a nuestro destino. Lo primero que vimos fueron las terrazas del sector sur, mucho más abajo de donde se ubica la ciudadela.

                                               

Cuando Pizarro entró en el Cusco victorioso, los incas retrocedieron a las montañas. Durante años se buscaron sin éxito esas ciudades escondidas en la cordillera, y donde se creía que los incas tenían guardado el oro. Se pensaba que Machu Pichu fue ese lugar, pero ahora resuena con más fuerza que en realidad fue Choquequirao esa ciudad que sirvió de refugio a los incas y que antes de abandonar arrasaron incendiándola.


La zona de acampada quedaba situada a medio camino de las terrazas del sector sur y la ciudadela. Plantamos la tienda y subimos a las ruinas para visitar 2 zonas, la Plaza Central con los edificios que la rodean y la Zona Alta con sus templos. A diferencia de Machu Pichu, Choquequirao está hecho con piedras chicas “de fet recorden a les ermites del romànic”.

Sólo en la enorme escalinata que lleva de la Plaza Central a la Zona Alta encontramos bloques de piedra de grandes dimensiones. Desde una pequeña estancia de la Zona Alta, con el Apurimac a nuestros pies, los nevados apagando el brillo de su blanco, y sazonados por el aroma de una challa reciente realizada en un templo próximo, vimos el sol de los incas perderse tras las montañas…

Al día siguiente madrugamos para volver a las ruinas y ver la salida del sol desde la explanada del sacerdote. Las nubes, acostadas en las cimas de las montañas, aún no habían despertado,

y el Sol parecía no saber abrirse paso entre los muchos picos que se recortaban sobre un cielo azul intenso. Reapareció el Sol nuevamente tras un pico inesperado, partiendo de repente el paisaje en dos. La Gran Plaza reverdeció poco después sin que los muros de los palacios se inmutaran lo más mínimo. Nos dejamos mimar por sus cálidos rayos, extasiados, como si todo eso no fuera obra del Sol, sino de un dios.

Fuimos a la Casa del Sacerdote y terminamos nuestro recorrido en las terrazas de las llamas. Terrazas de cultivos decoradas en mampostería con figuras de llamas, hecho muy poco usual en las construcciones incas.

Después de comer iniciamos el retorno, volvimos a dormir en la cálida Playa Rosalina y realizamos el duro ascenso a pleno sol hasta el mirador, después llano hasta Cachora y de allí una combi hasta el Cusco. Por la noche, cena con los 3 franceses con quien compartimos algunos tramos del camino de retorno.



No hay comentarios:

Publicar un comentario